Prejuicios:: Sobre Descartes

Prejuicios:

20 jul 2008

Sobre Descartes

El contexto histórico que precedió a la obra de Descartes es unas de las llaves que nos permite comprender las diversas inquietudes que llevó al filósofo francés a realizar sus investigaciones filosóficas y científicas. Imbricado en las fauces de la escolástica y sometido a los diversos discursos que amparados por la autoridad de sus firmas se presuponían indubitables, las disquisiciones cartesianas permitieron romper el yugo acritico de la época medieval a favor de un método capaz de guiar a la razón hasta la verdad.
En el medievo los conocimientos estaban divididos en dos grandes bloques; las ciencias profanas y las ciencias divinas. Las primeras obtenían su justificación y legitimidad de las segundas, las cuales eran el verdadero centro de estudio. De esta manera y, a pesar del orden puramente racional, todo conocimiento quedaba supeditado a los postulados sobre las cosas divinas. Al mismo tiempo, se ignoraban o se desacreditaban todas aquellas indagaciones que no fueran relevantes en términos eclesiásticos. En este contexto, era la autoridad la que garantizaba la verdad de los juicios. La racionalidad interna de los discursos quedaba relejada ante la autoría de su escritor. No obstante, con la llegada del neoplatonismo agustiniano se empezó a tejer una nueva conceptualización de la figura de Dios. San Agustín defendía que El Señor era la fuente de todo lo inteligible y el límite superior de todo conocimiento. Con este nuevo enfoque se logró abrir las restringidas fronteras del conocimiento en pro del desarrollo intelectual de los hombres; pues debían ser ellos, hombres cultos y sabios, los que pudieran entender la palabra del Creador. Sin embargo, en última instancia, la racionalidad volvía a quedar subordinada a la fe. En cambio, con el renacimiento la autoridad se empezó a cuestionar. Las crisis sociales, económicas e intelectuales comenzaron a hacer mella en un sistema fuertemente centralizado. Hasta entonces, el conocimiento se había presentado como un simple elenco de información destinada a comprender mejor la obra de Dios. Ahora, sin embargo, la mayor libertad daba paso a un interés por un saber en sí, emancipado de cualquier mando. Una prueba de ello eran las nuevas universidades construidas lejos del amparo eclesiástico. Así, pues, el renacimiento lograba eximirse del teocentrismo que había gobernado toda la edad media. Pero al mismo tiempo que ponía en duda las convicciones de los siglos pasados, el renacimiento entraba en un mar de confusión. En este punto, permítaseme la metáfora, el renacimiento se presentaba como un naufrago que buscaba con ansia y desazón un trozo de madera a la que poder agarrarse para llegar a tierra firme. Ya no se investigaba leyes trascendentales a las que someter el universo y las conductas humanas, sino que en este momento el estudio de los fenómenos poseía un fuerte carácter inmanente que respondía al nuevo modelo de hombre práctico. El estudio de Dios y su creación fue sustituido por el estudio del hombre y su realidad circundante. No obstante, si bien podemos decir que el ámbito del saber el teocentrismo había sido superado por el humanismo, en el plano político todavía el poder Papal era obvio. Las obras científicas aún debían ser respaldadas por la iglesia o, en caso contrario, sufrir las inefables reprensiones de la Inquisición. Tal fue el caso de Galileo Galilei, quien fue acusado de hereje por el Santo Oficio tras afirmar que la tierra se movía alrededor del Sol.
Descartes había confesado en sus cartas enviadas a Mersenne el 22 de julio de 1633 que él también había llegado a la misma conclusión que Galileo y que toda su filosofía se fundamentaba en dichos presupuestos1.Por miedo a las consecuencias, Descartes decidió no publicar su obra Tratado del Mundo donde exponía sus indagaciones científicas al respecto. No obstante, no abandonó la idea de divulgar sus tratados sobre física; la consecuencia fue la aparición de los ensayos Meteoros, Dióptrica y Geometría, precedidos del Discurso del Método, en 1637. En 1641 se publicó en latín las Meditaciones de prima philosophia in quipus Dei existentia et animae inmortalitas demonstrantur, en las que, como él mismo defendía, y como podemos saber gracias a la correspondencia mantenida con Mersenne, contenía las bases de su física. El filósofo francés era muy conciente de que tenía que obtener el beneplácito de los teólogos de su época, por lo que decidió enviar su tratado al teólogo holandés Caterus Las objeciones de dicho teólogo apareció en la obra de Descartes, más otras seis objeciones acompañadas de sus correspondientes respuestas. .
Pese a todo, Descartes nunca estuvo a salvo de las críticas y las denuncias por blasfemia. Y es que su obra atentaba directamente contra muchas de las ideas y conductas eclesiásticas. Eran varias las aserciones cartesianas que ponían en entredicho los axiomas de la Iglesia. En primer lugar desautorizaba el uso de la firma como garante de verdad. No sólo afirmaba que el ingenio bueno podía caer en los peores vicios, sino que además alegaba que la razón era naturalmente igual a todos los hombres. Asimismo, explicaba la existencia de Dios a través de la introspección, lo cual se podía interpretar como una crítica a los estratos y funciones del clérigo. En segundo lugar, sostenía que había que tomar con mucha cautela lo aprendido hasta ahora, lo cual representaba un pulso a las enseñanzas aristotélicas tradicionales que tanto gustaban a los escolásticos.
Pero retrocedamos hasta el inicio de la primera parte del Discurso del Método. En ella Descartes, comienza hablando del “buen sentido” como una facultad que permite al ser humano distinguir la verdad del error. No obstante, argumenta que la razón por sí misma no evita caer en equívocos. Es necesaria la utilización de un método que garantice su uso correcto. La razón, pues, debe servirse del método y perfeccionarse mediante el ejercicio. Y auque admite el valor de la instrucción que recibió en la escuela jesuita de la Fleche, advierte que no hay que estancarse en el pasado ni profesar ciencias que no se sostengan en cimientos muy firmes. Que no hay que aprender solamente de los libros, sino también y sobre todo, del gran libro del mundo, es decir, viajar para poder valorar así razonamientos hechos sobre datos objetivos;

“…resuelto a no buscar otra ciencia que la que pudiera hallar en mí mismo en el gran libro del mundo, empleé el resto de mi juventud en viajar…”

Y es justamente en este apartado donde encontramos de forma latente motivos para censurar, desde el enfoque escolástico de su época, la obra cartesiana. Descartes no sólo invitaba a desconfiar de lo aprendido hasta entonces, sino que además defendía una nueva conceptualización sobre el conocimiento, típicamente renacentista. Si bien en la alta Edad Media las ciencias profanas simplemente eran necesarias en la medida en que explicaban y afirmaban los axiomas de las ciencias divinas, ahora, en las palabras apresadas en la obra cartesiana, la cuestión parece invertirse;

“Pues parecíame que podía hallar mucha más verdad en los razonamientos que cada uno hace acerca de los asuntos que le atañen, expuesto a que el suceso venga luego a castigarle, si ha juzgado mal, que en los que discurre un hombre de letras, encerrado en su despacho, acerca de especulaciones que no producen efecto alguno y que no tienen para él otras consecuencias, sino que acaso sean tanto mayor motivo para envanecerle cuanto más se aparte del sentido común, puesto que habrá tenido que gastar más ingenio y artificio en procurar hacerlas verosímiles”

Aparte de las evidentes críticas vertidas a los hombres de letras, Descartes prioriza la necesidad de buscar la verdad inmanente de las cosas que nos rodea a través de la propia experiencia. La Sagrada Escritura ya no es el principal objeto de estudio. Sin bien es verdad que los grandes filósofos medievales no habían centrado sus esfuerzos exclusivamente en el Gran Libro, no es menos cierto que sus indagaciones se podían considerar como el conocimiento de la palabra de Dios. Es decir, aunque en el medievo se produjeron grandes descubrimientos, todos ellos quedaban interpretados a la luz de las leyes trascendentales o de la existencia del Señor. Sin embargo, con la llegada del renacimiento, se estudia la estructura, las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad en sí misma, dejando a un lado el origen, el fin o cualquier tipo de especulación sobre el plan divino. Y esto es lo que hace exactamente Descartes en el ámbito filosófico. No se trata de acumular en grandes enciclopedias los conocimientos ya conocidos, sino de aprender a interpretar el mundo a través de una actitud estrictamente científica. Para lo que es indispensable la elaboración de un método que nos ayude a no admitir como verdadera cosa alguna que no se muestre con evidencia como tal.
En el desarrollo de su método Descartes asegura que las obras más perfectas son las realizadas por una sola persona y no por varias, “…puesto que la multitud de leyes sirve a menudo de disculpa a los vicios…”. Dicha tesis atenta contra la concepción escolástica que admite una multiplicidad de ciencias así como diversidades en el método de cada una de ellas, y en su objeto. Y es que contrariamente a lo defendido por los escolásticos, Descartes afirmaba la unidad de la ciencia a partir de un único método inspirado en la matemática; la mathesis universales. Para él lo importante era conocer las reglas generales que permitían aprender y usar adecuadamente las diversas ciencias; de igual modo que para sumar no tenemos que ser unos virtuosos de los números, sino simplemente aplicar bien el método que hemos de utilizar. Dichas reglas son cuatro;

REGLA DE LA EVIDENCIA: No admitir jamás como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que lo es, es decir, evitar la precipitación y la prevención, y no comprender, en los juicios, nada más que lo que se presente a mi espíritu tan clara y distintamente que no tenga motivo para ponerlos en duda.

REGLA DEL ANÁLISIS: dividir cada una de las dificultades en tantas partes como fuese posible y en cuantas requiriése una mejor solución.

REGLA DE SÍNTESIS: conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los más simples para ir ascendiendo, como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos.

REGLA DE LA ENUMERACIÓN: hacer enumeraciones tan completas y revisiones tan generales hasta estar seguros de no omitir nada.

Las mencionadas leyes respondían a una nueva conceptualización filosófica, pero también a un nuevo modelo científico. Descartes había insistido en lo que para él era un gravísimo defecto de la lógica aristotélica; su incapacidad de invención. El silogismo no podía ser método de descubrimiento, puesto que las premisas, aún siendo verdaderas, debían contener la conclusión. En cambio, el método cartesiano versa sobre el análisis; dada una dificultad es preciso considerarlo en bloque y dividirlo en tantas partes como sea necesario. La división deberá detenerse cuando nos hallemos en presencia de elementos del problema que puedan ser conocidos inmediatamente como verdaderos y de cuya verdad no pueda caber duda alguna. Los elementos simples a los que se llegan son ideas claras y distintas. Es decir, la regla propone la evidencia como criterio de verdad. Lo verdadero es lo evidente, y éste a su vez, queda definido por la claridad y la distinción. El acto que aprende y conoce las naturalezas simples es la intuición o conocimiento inmediato; una inspección del espíritu. Dicha operación de conocer lo evidente o intuir las naturalezas simples es la piedra angular del conocimiento cartesiano. La deducción o la enumeración de intuiciones, por su parte, es el medio por el cual vamos pasando de una verdad evidente a otra hasta llegar a la que queremos demostrar. Así obtenemos un método deductivo opuesto al aristotélico (inductivo).
La verdad para la filosofía anterior era una propiedad de los juicios que consistía en adecuarse con la realidad exterior que pretenden reproducir. Sin embargo, Descartes había encontrado motivos para dudar de la existencia del mundo exterior, por lo que ésta ya no podía ser un criterio de verdad, ahora eran las intuiciones las que posibilitaban el conocimiento verdadero (subjetivo).

Sin embargo, Descartes observó que todos estamos expuestos al error y que hasta nuestros sentidos nos engañan. Por lo que decidió poner en duda absolutamente todo. Cayendo en la cuenta de que lo único que podía advertir es que al pensar que todo era falso, se deducía que había un yo que pensaba y, por tanto, que existía; “yo pienso, luego soy”. Esta verdad se le presenta a Descartes tan firme y de un modo tan seguro que era imposible ponerlo en duda. Por lo que lo convirtió en el primer principio claro y distinto que andaba buscando, así como en el paradigma de toda verdad. Asimismo, Descartes llega a la conclusión de que Dios existe; puesto que siendo el hombre que duda imperfecto en tanto que duda y, sin embargo, albergando la idea de la perfección, se debe inferir la existencia de un ser superior que pusiera tal idea en el entendimiento. Sin el cual dicha idea no podría estar alojada en el conocimiento. Por otro lado, asegura que la existencia de Dios es garantía y fundamento de la verdad y del mundo exterior. Ahora bien, estas conjeturas defendidas más ampliamente en sus Meditaciones, ofrecen una serie de dudas razonables. Al principio del trabajo defendíamos la tesis de que una de las razones que llevó al filósofo francés a escribir sus reflexiones, era la voluntad critica que se respiraba en el ambiente renacentista y que ponía en entre dicho el sistema anterior. No obstante, la condena de Galileo y sus continuos desencuentros con los teólogos de su época constituían un marco problemático que nos pone en guardia al estudiar su Metafísica. En este sentido, la figura de Dios suscita grandes complicaciones a la hora de determinar su lugar en el tratado antedicho. Por un lado, el carácter inmanentita y científico de la obra cartesiana no parece necesitar una figura como ésta, al menos no de una forma necesaria. Y por otro, si atendemos a las preocupaciones generales mostradas en el resto de sus escritos, la problemática de la figura de Dios aparece como un simple medio de reforzar o reafirmar un sistema que podría haberse constituido bien si Él. Sin embargo, esto es sólo una opinión personal que de ser argumentada sobrepasaría las intenciones de este trabajo. No obstante y, a modo de conclusión, adviértase que la existencia de Dios en las Meditaciones se presenta como una verdad supra-lógica; en tanto que es al mismo tiempo fundamento de todas las verdades y necesidades lógicas sin que ella misma sea fundamentable. De tal modo que la existencia de Dios renuncia a poder ser defendida o demostrada por una deducción lógica. Si atendemos a los argumentos expuestos en sus disquisiciones ontológicas, la existencia de Dios se deduce de la idea de que la noción de perfección no puede más que estar en mí, un hombre imperfecto, porque Dios así lo ha dispuesto. El carácter finito del hombre, pues, únicamente puede albergar lo infinito en tanto Dios lo concede. Dios es descrito en su modo absoluto-incondicionado y aparece como idea clara y distinta en el orden del ser. Es decir, funda su certeza en su dimensión trascendente, mientras que el cogito lo hace en su dimensión inmanente. Ahora bien, cuando asistimos al ejercicio de la duda hiperbólica nos damos cuenta de forma inmediata e intuitivamente de que al realizar dicha acción nos ponemos a nosotros mismos; en tanto que dudo de algo, soy conciente de que soy yo quién duda. De esta manera queda demostrada la existencia del cogito pero, sin embargo, la existencia de Dios no se nos presenta de la misma manera. La inmediatez y claridad con la que descubrimos al cogito muestra ciertas carencias en cuanto queremos manifestar la existencia de Dios. Del mismo modo, la enunciación de la existencia de Dios por derivación o deducción lógica plantea serias dificultades. Pero aún es más difícil averiguar si dichos apuros se deben a una actitud despreocupada filosóficamente por dicha cuestión, o a una dificultad intrínseca al propio sistema cartesiano; el caso es que, como señala Gómez Pin, todo depende de cómo se interprete el tratado aquí estudiado;
O bien cabe estimar que las matemáticas sólo pueden ser salvadas por la mediación de Dios, o, por el contrario, considerar que Dios es respecto a las matemáticas una “hipótesis inútil” e incluso que sólo puede ser aventurada como hipótesis si los principios en los que las matemáticas reposan son invulnerables(1).
Notas:

1. Enrahonar: quaderns de filosofia; Número extraordinari; Descartes Lo racional y lo real, Víctor Gómez Pin, San Sebastián-Barcelona, 24-31 de marzo de 1996, pp.114.

Etiquetas:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio